En la obra del poeta trágico Sófocles, Antígona, los dos hermanos Eteocles y Polinices luchan a muerte por el trono de la ciudad de Tebas, una lucha en la que ambos hermanos pierden la vida. Creonte, el gobernador de la ciudad, proclama que el cadáver de Polinices, a quien consideraba traidor a la patria, debería ser abandonado en las afueras de la ciudad, y cualquiera que contradijese esa ley sería condenado a muerte. A pesar de esto, la hermana de Polinices, Antígona, entierra el cadáver de su hermano a escondidas, pero es descubierta y llevada hacia su tío, el cual la condena a ser enterrada viva. Para evitar el sufrimiento, Antígona se suicida ahorcándose, ocasionando el suicidio de su prometido Herón y de Eurídice, la madre de este.
Antígona, a diferencia de su tío, no pensaba de su hermano como un traidor, sino como un hermano cuya tumba debía honrar. Por esto, sabiendo que su vida estaría en riesgo al hacerlo, ya que podía ser descubierta y condenada por Creonte, entierra a su hermano. En la actualidad, es muy difícil encontrar a personas dispuestas a arriesgar su vida por sus creencias, aunque podríamos poner como ejemplo a personas como Mahatma Gandhi, quien, a pesar de saber que su vida e integridad física estaban en riesgo, nunca dejo su estilo de vida y su política de no violencia. Personas como Gandhi son muy difíciles de encontrar hoy en día, y son muy valiosas para el mundo, por supuesto, siempre y cuando su causa sea una causa buena, no una que ocasione destrucción o muerte, como podrían ser los ataques terroristas.
Volviendo a la protagonista de la obra de Sófocles, Antígona, para ser juzgada y condenada, es llevada con el gobernante de la ciudad, su tío Caronte. Antígona entonces se enfrenta a su pariente, admitiendo haber desafiado su mandato y enterrado a su hermano Polinices. Cuando Caronte le pregunta por qué lo hizo, sabiendo el castigo que conllevaría el incumplir el decreto, esta le responde que, para ella, la ley de los dioses y la justicia de los hombres tenían más valor que sus leyes, por lo tanto sus acciones no representaban para ella cargo de conciencia moral ni le daban razón para temer el castigo divino. Sin embargo, ella acepta el castigo de la ejecución sin tristeza, y recalca que, si bien a el resto de los ciudadanos el miedo no les permitía hablar libremente, ella sabía que había ganado una gloriosa fama al haber honrado la tumba de su hermano, oponiéndose al gobernante; y además le dice a Caronte que, a pesar de haber tratado de tomar el trono por la fuerza, ella aun siguió viendo a Polinices como a un hermano, y no como a un enemigo.